Nos ha llegado la hora de ser más creativos que nunca en la tarea de educar a nuestros hijos y estudiantes. Con el movimiento de colegios libres de celulares se ha vuelto a poner en el tapete el tipo de paternidad y maternidad que ejercemos. Jonathan Haidt en su libro The anxious generation, antes de abordar los problemas que han traído los teléfonos móviles y las redes sociales en la salud mental de niños y adolescentes, explora cómo las generaciones actuales han crecido con menos oportunidades de asumir riesgos a través del juego libre, una situación que impacta su desarrollo emocional y social.
En nuestro contexto bogotano, se viene afirmando como una verdad de a puño que nuestra ciudad está cada vez más insegura, y que por tanto viene a ser una irresponsabilidad dejar salir a los niños y adolescentes a la calle, por lo que hemos restringido el espacio de juego y de interacción social de nuestros hijos al colegio, al interior de nuestros hogares y a los conjuntos cerrados o a los clubes cuando se tiene acceso. Además, hemos sumado otros temores, como el maltrato, los contagios y las adicciones, así que en esos espacios solemos asegurar la presencia de un adulto, al menos hasta los 11 o 12 años. Es cierto que enfrentamos desafíos en cuanto a la seguridad, pero también debemos cuestionar hasta qué punto nuestros miedos están limitando innecesariamente la formación de nuestros hijos.
En este contexto, ¿cómo podemos fomentar la autonomía, la resiliencia, la autoestima y la responsabilidad de nuestros hijos? Todos parecemos coincidir en que estas tres herramientas son fundamentales para hacerse cargo de la propia vida, son una cuestión que reconocemos de primera necesidad, al punto en que fácilmente encontramos conocidos con alguna carencia de este tipo cuyo ejemplo no quisiéramos que siguieran nuestros hijos. Necesitamos reconocer que estos son valores que se van formando, que la manera como nuestros hijos los viven hoy depende mucho más de la manera como los hemos educado que de su temperamento o de acciones fortuitas.
Así, en la ciudad en que vivimos, con las circunstancias que cada uno lleva, es necesario que nos pongamos creativos para dar a nuestros hijos la posibilidad de adquirir seguridad en sí mismos, de desarrollar su autonomía, resiliencia y responsabilidad. Más allá de las estrategias, hay algunos elementos que necesitamos tener en cuenta:
Para adquirir seguridad, o tener una autoestima sana, hay que hacer experiencias de logro, y de logro real, ya sea académico, físico o mental, sin el bastón de un adulto. Estudiar para un examen difícil, hacer una caminata larga o escalar una montaña, resolver un juego de misterio o armar un rompecabezas de 500 fichas pueden ser ejemplos sencillos. Pero no basta que suceda una vez, la seguridad en sí mismo se construye en la medida en que el niño reconoce en su experiencia que sí lo puede lograr. En el camino habrá que dejar que se frustre varias veces y habrá que acompañarlo en su frustración, porque también es verdad que vivir las dificultades con quien se ama es más fácil. Pero el amor no puede hacer que les ahorremos las frustraciones.
Frente a la autonomía y responsabilidad hay que hacer explícito que nadie se vuelve autónomo y responsable al cumplir 18 años, ni al graduarse, ni al conseguir trabajo, ni al casarse. Estos son valores en los que hay que trabajar constantemente, primero desde las normas y rutinas que imponen los padres y luego con las que uno adquiere libremente. Según el “Grant Study” de la Universidad de Harvard, un predictor de éxito profesional, además del amor en el hogar, es haber hecho oficio de niños y cuanto antes se empiece, mejor. Cuando se hace oficio uno se educa en observar y asumir: esto está desordenado, sucio, huele mal… yo lo ordeno, lo limpio… me encargo. Es crecer en una mentalidad en donde yo puedo cambiar mi entorno y evidencio las consecuencias de haberlo hecho.
La resiliencia se desarrolla naturalmente al fortalecer la autoestima, la autonomía y la responsabilidad, porque es necesario, como se dijo antes, sobreponerse al fracaso, al error, a los imprevistos que arruinan los planes o simplemente a la imposibilidad material de llevar a cabo algunas ideas.
El colegio debe apoyar a los padres en esta tarea, pero ciertamente es en casa en donde se ponen en los cimientos de estos valores. Vale la pena animarse a conversar con otras familias y juntos ponernos creativos, por ejemplo: fomentar el juego libre en espacios públicos con un acompañamiento discreto, asignar responsabilidades importantes en la casa, apoyar frente a los hijos las voces institucionales, especialmente de profesores y tutores, permitir que enfrenten retos que puedan resolver por sí solos o incluirlos en la toma de decisiones del hogar.
Diego Salgar Espinosa, Director de Bachillerato Alto